martes, 5 de enero de 2016

MONSEÑOR ALBERTO INIESTA, UN CREYENTE CON TALLA DE GIGANTE

Desde que me enteré anoche de su fallecimiento, tenía hoy una cita ineludible a las 5 de la tarde en la basílica de S. Isidro, antigua catedral de Madrid: allí fue el funeral y allí, en una capilla lateral se le enterró.



Y el último encuentro con don Alberto fue muy grato. Sí, estaba muerto, hasta empequeñecido, en su ataúd abierto, directamente sobre el suelo, bajo un gran Cristo. Al lado, sobre una sencilla almohada, una mitra muy gastada y su báculo de madera… ¡Era el resumen de la vida de ese gigante de la fe, la esperanza, la humildad…!

Obispo auxiliar de Madrid en los años más difíciles del último franquismo y de la transición, fiel colaborador del cardenal Tarancón, servidor de los pobres y necesitados de los suburbios de aquel Madrid, animador y protector de sacerdotes calumniados, perseguidos y presos… Para todo ello se daba tiempo. Y para ello se necesita una fe y una humildad a prueba de bomba, como siempre lo demostró (también cuando pasó a ser “auxiliar emérito” en 1998) Afortunados sus paisanos de Albacete que lo tuvieron cerca hasta ayer, horas antes de cumplir sus 93 años.

Me siento uno de los privilegiados pues tuve la suerte de recibir, a través de sus manos la ordenación de diácono en una capillita de una parroquia de Vallecas en el lejano 1975… Cuarenta años después lo encontré en la casa sacerdotal de Albacete, increiblemente lúcido y rezando los salmos con su “tableta” para aumentar las letras… Había un partido de fútbol de la selección española y nos dijo con su buen humor manchego: “Que el famoso no soy yo, que el Iniesta famoso está hoy en el estadio”.

Con la catedral casi llena, más de cien sacerdotes y una veintena de obispos, dimos el último adiós a uno de los pastores más lúcidos, más comprometidos y más consecuentes que ha tenido la iglesia española desde el concilio para acá. GRACIAS, DON ALBERTO, POR ESE EJEMPLO DE VIDA.


                                                                                                                             José Mª Rojo G.

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