sábado, 28 de junio de 2014

Los misioneros del Papa Francisco

El  Papa Francisco tiene toda su confianza puesta en ellos. Quizás porque son los que mejor conocen las fronteras de la fe, los misioneros están llamados a convertirse en los verdaderos protagonistas de una Iglesia, cuyo principal reto es ir al encuentro de los que no creen. Esa ha sido siempre su especialidad y para ello se preparan durante mucho tiempo.

«Un misionero no se improvisa. No es un espontáneo que decide dejarlo todo para irse a vivir entre los más necesitados. Es una persona que se ha formado y ha pasado por un largo proceso de discernimiento», explica el padre Isidoro Sánchez López, director de la ESCUELA DE FORMACIÓN MISIONERA de Madrid, donde cada año estudian cerca de una veintena de sacerdotes, laicos y religiosos antes de partir a la misión.
Entre sus alumnos, comienza a verse un fenómeno singular. Ya no son en su mayoría sacerdotes y religiosas, sino profesionales y matrimonios jóvenes que sienten una verdadera vocación por transmitir el Evangelio en los rincones más alejados del planeta. 
Junto a Italia y México, España encabeza la lista de países que más «cooperantes del Evangelio» envían a la misión. De nuestro país, salen cada año alrededor de 150 misioneros. Aunque la mayoría siguen siendo religiosas (49,5%) o sacerdotes (36,2%), el número de laicos es cada vez es más representativo, el 7,16% del total. Para el director de las Obras Misionales Pontificias, el padre Anastasio Gil García, «su crecimiento es directamente proporcional a la formación que reciben los laicos y también a la toma de conciencia de su responsabilidad dentro de la Iglesia».

Roger Marco Casanovas y María Palau Melet son uno de ellos. Casados hace apenas dos meses, decidieron dejar aparcados sus trabajos en Barcelona para realizar este curso antes de partir el próximo mes de febrero a República Dominicana, su nuevo hogar en los próximos tres años. «Cuando nos casamos nos preguntamos cómo queríamos encarar nuestra vida de matrimonio y los dos estuvimos de acuerdo en que queríamos vivir esta experiencia misionera», comenta María. A esta joven psicóloga de 30 años «no le preocupa lo que deja atrás», casa y trabajo. «Lo material no es lo que más nos quita el sueño.Mientras haya lo básico es suficiente». A su lado, Roger, arquitecto y aparejador, comenta que está encantado de repetir la vivencia. Ya estuvo hace algunos años en Chile y cree que para ser misionero «hay que aprender a acompañar a la gente en su propia realidad. Eso es lo que se espera de nosotros».
La vocación de Carmen Aranda, de 33 años, en cambio, arrancó mientras restauraba un sagrario. «Era una iglesia de las dominicas y allí me presentaron a una hermana comboniana», recuerda esta licenciada en Historia del Arte, quien desde entonces dice vivir con «el runrun de ser misionera». «Estuve tres meses en Etiopía, luego regresé y me volví a meter en mi vida normal. Pero sentía todo el tiempo que había algo más, que tenía que irme con los últimos a seguir a Cristo», explica esta joven de Caravaca de la Cruz (Murcia).

«Un proceso arriesgado»
Después de un largo camino de preparación, Carmen está prácticamente lista para su nuevo destino: la República Centroafricana. «En enero iremos primero a Francia a perfeccionar el francés y en abril partiremos a África donde estaré los próximos tres años». Lo cuenta con total naturalidad como si la vida del misionero fuera lo normal en lugar de lo extraordinario.
Con idéntica sonrisa, Fernando Royo, otro de las jóvenes promesas de la Iglesia, confiesa estar en paz consigo mismo. Ha dejado un trabajo de nueve años como educador en un centro de menores para regresar a Guadalajara (México). Allí estuvo de voluntario en 2004 con los hermanos lasallanos y su vida ya no se la imagina lejos de la misión. Este maestro de profesión y misionero de vocación reconoce que «ha sido un proceso largo y arriesgado porque dejas amigos y familia. Yo, además vivía independizado, pero apuestas por esto porque te sientes llamado, tienes la intuición de que te va a llenar la vida».
Y no se trata de un slogan publicitario. Todos estos jóvenes tienen en común una profunda alegría. «Yo no conozco a ningún misionero amargado», decía la semana pasada el padre Timoteo Lehane, secretario general de la Obra Pontificia de la Progragación de la Fe, encargada de organizar el Domund, el Día Mundial de las Misiones, que se celebra este domingo y en el que la Iglesia reza y apoyaeconómicamente a las misiones.

«Este Papa nos estusiasma»
Así también es la experiencia de Javier Colón. Este joven descubrió su vocación dos veces. Primero sintió que Dios le quería sacerdote y después también misionero. «Empecé a sentir que la pastoral de la parroquia me quedaba pequeña, que más allá había una vida más radical al lado de los que sufren y me sentí llamado a que mi vida no se quedara en una parcela tan pequeña», comenta este cura sevillano y diocesano. A sus 43 años, y pese a todos los años de formación teológica y espiritual que recibió en el seminario, el padre Javier está convencido de que «para ser un buen misionero es imprescindible aprender». «Es importante no tener una imagen idealizada de la misión. Aquí nos dan una imagen real para tener un buen aterrizaje».
Algunos han bautizado a estos jóvenes misioneros como el «efecto Francisco». Aunque sus historias vienen de más atrás, todos reconocen que el Papa está siendo un impulso importante en sus vidas. «Sus palabras que van dirigidas siempre a los que más sufren corrobora diariamente que tiene sentido lo que estamos haciendo”,comenta María. Para Javier también supone un soplo de aire fresco. «El Santo Padre nos invita a ir a la periferia. Ese mensaje nos ha golpeado mucho a los curas. Este Papa me entusiasma muchísimo».