El Salvador, el país más pequeño de América Central, volvió a ser noticia. Sobre la cintura ensangrentada de América Latina brilla hoy el arco iris y este pedacito de tierra, bañado por las aguas del Pacífico, se viste de gala y resplandece ante el mundo.
Treinta y cinco años después resuena potente, enérgica y vigorosa la voz del profeta, la
voz del Pastor que dio la vida por su pueblo en una hora difícil de la
historia. La misma voz que escuchaban los hombres y mujeres del campo, los
catequistas, la gente sencilla de las Comunidades Eclesiales de Base, las
religiosas y los sacerdotes a finales de los setenta, es reconocida ahora por
propios y extraños.
La Plaza del Divino Salvador del Mundo se llenó de miradas y
rostros festivos bajo el sol abrasador del trópico. Muchos vinieron de lejos tras
largas caminatas y no pocos desvelos, con ansias de ver, oír, saborear,
sentir y celebrar.
El arzobispo Romero era incorporado al número de los beatos
y con ello el Papa Francisco abría una puerta al subcontinente que sabe mucho
de testigos, que pasaron por la gran
tribulación de las dictaduras padeciendo
escarnio, despojo, sufrimiento, negación
y muerte.
El mártir de la verdad y la justicia, el hombre sencillo y
cercano, solidario con el pueblo destazado, defensor acérrimo de la dignidad de
la persona, prestó su voz a los que no contaban, ante los atropellos que vivía su pueblo
sumido en una guerra intestina sin sentido, que provocó pánico , terror,
destierro, desolación y muerte.
Como testigo del Reino, como apasionado por la Buena Noticia
“a tiempo y a destiempo”, como hombre pobre entre los pobres, supo aprovechar
todos los espacios habidos y por haber para iluminar el camino de los que
creyendo en la esperanza buscaban “un cielo nuevo y una tierra nueva”,
enjugando lágrimas y sanando corazones.
Su figura llamó la atención del mundo entonces, y hoy, más
allá de distingos de cualquier tipo, su mirada serena irradia luz y paz, en un
mundo fratricida en el que nos devoramos unos a otros, obsesionados por el
dios dinero y por la defensa a ultranza
de intereses mezquinos. En la vida y la
palabra del que dijo “con este pueblo no cuesta ser pastor” encontramos una
guía luminosa, cálida y llena de esplendor, al alcance de toda mujer y todo
hombre de buena voluntad.
Sentir con la Iglesia, significó para él hacer suyo el
proyecto del Maestro que “pasó por el mundo haciendo el bien”, contra viento y
marea, envuelto en un torbellino de contradicciones de parte de muchas personas
creyentes que, ”se las daban de estar cerca
de él”.
Evangelizado por la fe de los pequeños, no dio nunca su
brazo a torcer y la historia le dio la razón. El impacto de este reconocimiento
hoy en El Salvador se irá haciendo día a día cada vez más grande en todo el
mundo y nadie que se precie de seguir a Jesús de Nazaret podrá echar en saco
roto al arzobispo Romero.
Grupo Misionero del IEME, de Guatemala, Mayo de 2.015
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