Excelente marco brindaba la catedral vieja de Salamanca donde se congregó numeroso público en torno al pastor, D. Carlos López, para celebrar la Vigilia de Pentecostés. Y dentro de la vigilia, como colofón, envío misionero de Leonildo Ramos, sacerdote diocesano quien, a través del IEME, en breve saldrá para Zimbabue como misionero. Junto a él un grupo de seis jóvenes era enviado para una breve experiencia de un mes a la diócesis de Piura, en Perú.
Bien preparada la celebración que
invitaba al recogimiento, la profundización y el gozo del Espíritu, derramado
sobre los presentes. Se inició fuera, en el atrio de la catedral, donde se
bendijo una hoguera en la que se quemaron simbólicamente todos los pecados,
todo lo que nos aleja de seguir los impulsos del Espíritu Santo. Por el
contrario, se prendió de ella el cirio y velitas compartidas por todos que nos
introdujeron a la catedral para la escucha de la Palabra y el resto de la
ceremonia.
No faltaron los testimonios, del
propio Leonildo, así como del Delegado de Misiones de la diócesis, Juan Robles
y del director general del IEME, José Mª Rojo. Rubricada por la alegría de los
cantos, la imposición del crucifijo a los futuros misioneros por parte del
señor obispo fue un gesto aplaudido por la comunidad.
Se cumplía así ese reiterado
pedido del papa Francisco de que o la Iglesia –toda la Iglesia- es misionera o
no es la Iglesia de Jesucristo. O la Iglesia –toda la Iglesia- sale a las
periferias para ser Iglesia Pobre y de los Pobres o no es la Iglesia de
Jesucristo.
Otro hecho, prácticamente a la
misma hora y al otro lado del Atlántico, nos unía y nos hermanaba con la
Iglesia Universal: la beatificación de Monseñor Romero, mártir del Salvador y
símbolo, como ninguno, de esa Iglesia samaritana y testigo del Resucitado hasta
dar la vida como El, en defensa de los más pobres.
José
Mª Rojo
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