En la Jornada misionera de 1980, hace ya 37 años se escribía la siguiente reflexión en torno a este título que precede y que era el lema de aquel año:
"El catequista o animador de la comunidad fue una figura clave en la evangelización de muchos países. Su bicicleta recorrió los más remotos poblados de la selva. Su lengua repitió incansablemente a cientos de hombres y mujeres lo más esencial del mensaje cristiano. Su dedicación desinteresada y su celo, aun en las más grandes dificultades y peligros, arrastraron a mayores y niños hacia la fe cristianan.
El catequista instruía, visitaba a los enfermos, preparaba a quienes iban a recibir los sacramentos, presidía las celebraciones de la palabra y era el mediador entre el misionero y los cristianos.
La remodelación de la Iglesia local como comunidad de fe y de acción con ministerios propios ha multiplicado los catequistas. Hoy empiezan a ser fruto de la propia comunidad a la que sirven. Es así como la comunidad se engendra, crece y fortalece.
El objetivo es claro: que cada comunidad cristiana esté dotada de sus propios anunciadores y formadores de la fe. El catequista de antes, venido de fuera, anunció la fe que desembocó en comunidad. El catequista de hoy anuncia desde la joven comunidad la fe que se hace vida y crece.
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