sábado, 3 de diciembre de 2016

UNA VOZ GRITA EN EL DESIERTO Mt 3,1-2













¿El desierto? Me llamas al desierto, Señor?
¿Qué hay en el desierto que tanto me lo susurras?
Mira que allí no hay nada,
sólo se subsiste y se vive sediento.
O quizás, por eso, no hay nada que distorsione tu voz.
¿Será que quieres que hambree y desee la frescura
de tu pozo samaritano?
¿Será que quieres que te escuche, que acoja y acune
la cadencia de tu palabra,
la musicalidad de tu tono,
la radicalidad de tu semántica,
la misericordia de su contexto?
Me iré al desierto, si quieres, Señor.
A encontrarme contigo a solas,
A poner mi mirada en la dirección
de tu viento en el que cimbrea mi corazón
y mis dudas.
Pero acompáñame, estate conmigo
en ese lugar donde se entrañan los amores
y las esperanzas.


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