Por Mª Jesús Hernando. Misiones Extranjeras 275
El
Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra como el
matrimonio de Priscila y Áquila habían ido a Corinto, después de ser expulsados
de Roma (cf. Hch 18, 2).
En esta ciudad griega conocieron a Pablo y,
posteriormente, le acompañaron en su tarea misionera y en las dificultades que
esta entrañaba (cf. Hch 18, 18-19, 26; 1 Co 16, 19; Rm 16, 3-5).En
sintonía con esta misión ad gentes de
las primeras comunidades cristianas, están las palabras que el papa Juan Pablo
II escribía, al inicio de su encíclica Redemptoris misio: “la misión de
Cristo está sólo en sus comienzos”[1]. Esta afirmación del papa,
nos invita a tomar conciencia de que es de todos los miembros de la Iglesia la
responsabilidad de que llegue a todos los hombres el mensaje del Evangelio y la
fe en Cristo. Todos, hoy día, estamos llamados a imitar el ejemplo de este
matrimonio misionero de Aquila y Priscila. La Iglesia, nos dice la Familiaris Consortio, necesita la presencia
de cónyuges y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de
tiempo, vayan a tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al hombre
por amor de Jesucristo “hasta los últimos confines de la tierra” (Hch 1, 8.)
como verdaderos y propios misioneros» del amor y de la vida[2].
El
Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos narra como el
matrimonio de Priscila y Áquila habían ido a Corinto, después de ser expulsados
de Roma (cf. Hch 18, 2).
En esta ciudad griega conocieron a Pablo y,
posteriormente, le acompañaron en su tarea misionera y en las dificultades que
esta entrañaba (cf. Hch 18, 18-19, 26; 1 Co 16, 19; Rm 16, 3-5).En
sintonía con esta misión ad gentes de
las primeras comunidades cristianas, están las palabras que el papa Juan Pablo
II escribía, al inicio de su encíclica Redemptoris misio: “la misión de
Cristo está sólo en sus comienzos”[1]. Esta afirmación del papa,
nos invita a tomar conciencia de que es de todos los miembros de la Iglesia la
responsabilidad de que llegue a todos los hombres el mensaje del Evangelio y la
fe en Cristo. Todos, hoy día, estamos llamados a imitar el ejemplo de este
matrimonio misionero de Aquila y Priscila. La Iglesia, nos dice la Familiaris Consortio, necesita la presencia
de cónyuges y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de
tiempo, vayan a tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al hombre
por amor de Jesucristo “hasta los últimos confines de la tierra” (Hch 1, 8.)
como verdaderos y propios misioneros» del amor y de la vida[2].
Para ello, es preciso, que las familias oren y estén unidas
a la Vid fecunda que es Cristo. De este modo, por medio de la Iglesia, podrán
escuchar su llamada a vivir la misión ad gentes y redescubrir que son un sujeto
imprescindible para la evangelización y la misión. Misión que, además, es propia y original, dado
que responde a su
ser de comunidad íntima de vida y amor;
porque permite experimentar que el Evangelio de la familia es alegría que
“llena el corazón y la vida entera”, dado que en Cristo somos liberados de la
tristeza, del vacío interior, del aislamiento y del pecado[3].
En la
misión ad gentes de la Iglesia y en
su urgencia misionera, la familia, asimismo, debe estar dispuesta a asumir las
palabras de san Pablo que nos pide correr «en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que
inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato,
soportó la cruz, sin miedo a la ignominia» (Hb 12, 1-3).
Tener presente
este mensaje, ciertamente exige –como señala el papa Francisco-, “una
conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están”[4].
Exige, jugársela por amor. Y esto, al igual que para Jesucristo, pasa por
situaciones de cruz. Momentos donde parece que todo se vuelve cuesta arriba.
Pero, a pesar de todo ello, y con la fuerza de Aquel que ha vencido al
sufrimiento y a la muerte, la familia debe seguir siendo testimonio, y
proclamar, sin desánimo -en un mundo que tiene olvidado a Dios-, que prescindir
de Él, “actuar como si no existiera o relegar la fe al ámbito meramente
privado, socava la verdad del hombre e hipoteca el futuro de la cultura y de la
sociedad”[5].
[1] Juan Pablo II, Redemptoris
Missio, 49.
[2] Cf. FC, 54. Conc. Vat. II, Const. dogmática sobre
la divina revelación Dei Verbum, 1.
[3] Cf. Francisco, Evangelii gaudium, 1.
Sínodo
de los Obispos: La vocación… LG, 11. 41. Apostolicam actuositatem,
4. Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 49. FC, 50. 52.
[4] Francisco, EG, 25.
[5] Benedicto XVI, Discurso en Valencia Cf. Id., Deus caritas est, 39. Cf.
Francisco, Discurso en Filadelfia.
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