Innumerables los
hombres y mujeres que han dado testimonio ante el mundo de perdón, de
misericordia, de humildad y compromiso por una tierra más justa, más pacífica,
de mayor concordia y comprensión, de superación de todo aquello donde los odios
rompen la cordura y sensatez humana.
Lo han realizado por su amor a Cristo y
por su amor a los hombres y mujeres de este mundo. En esta empresa han ofrecido
su vida y muchas hasta con su muerte. A algunos se les ha reconocido su
santidad y a otros se le ha añadido a la comunión de los santos. Algunos han
trabajado tras mesas de oficinas, o subidos a los andamios de una obra, con el
casco de obrero de un trabajo, enseñando en aulas o encorvados sobre la tierra
esperando sus frutos, entregando su vida a sus familias o exponiendo su vida en
lugares adversos, otros entregando su vida a sus hermanos sin importarles
naciones, razas, tribus, lenguas o territorios…
Son
santos porque ellos vivieron y amaron sin egoísmos, sin rencores, sin odios,
sin codicias, renunciaron a un mundo de vida centrada en ellos mismos para
des-centrarse en los otros, especialmente en los necesitados, marginados,
descartados de este mundo. Escogieron ser mansos más que arrogantes y
descarados, vivir con una pobreza interior más que llenarse de soberbia, ser y
trabajar por lo justicia, más que esconder su vida en el cinismo y la doblez,
ofrecer a Dios la pureza de sus corazones, seguros de que su recompensa está
escondida en el reino de Dios.
Las lecturas de hoy son una invitación
a unirnos a esta empresa, a esta mesnada de “locos” por Dios. Verdad es que es
empeño y voluntad de Dios salvarnos, pero con actitudes como la de los santos
también salvamos a nuestro mundo. Es una invitación a ir más allá de la
supervivencia. Cuanto más santos seamos dejaremos un mundo más humano, más
hermano, más bello y saludable para futuras generaciones. Estamos invitados a
asumir consecuentemente estos principios de ternura, de sensibilidad, de opción
por lo bello, por lo saludable y ecológico, por la alegría, por lo bueno.
No
me resisto también a creer que habrá
mucha gente que comparta estos sentimientos y que son de otros credos, de otras
denominaciones, seguramente ateos que dieron
salida a su opción por el penoso testimonio que dieran del Dios del Amor
los que decimos hablar del Dios de Jesucristo. No me resisto a creer que
teniendo yo unos sentimientos para que los hombres y mujeres de nuestra
historia que han vivido humillados por el hambre y el sufrimiento gocen de una
vida feliz no haya un Amor mayor que lo haga realidad en un cielo y tierra
nueva. Creo en lo que nos oferta el Ap y
habrá un día en que todos al levantar nuestras cabezas escucharemos «Al que
tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin
merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros” .
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