Estamos celebrando la primera fiesta misionera del año. Coincidiendo, en España, con los regalos de los Reyes, vivimos ese recuerdo o tradición que nos recrea el evangelista Mateo de que unos sabios de Oriente (buscadores de la verdad, a través de las estrellas) llegaron al establo de Belén y descubrieron “otra verdad, LA VERDAD”, al Niño, al Enmanuel, el Dios con nosotros, al cuidado de sus padres, José y María. Aprovecha Mateo la leyenda para dar a conocer al mundo no judío, representado en los “magos o sabios de Oriente”, de que, para todos los pueblos, había llegado LA LUZ DEL MUNDO, como bellamente describen el profeta Isaías y Pablo en las dos primeras lecturas que hemos escuchado.
Este año, se nos invita a hacerlo en familia. Después de
haber recibido gozosamente el documento del papa Francisco sobre la familia, la
Alegría del Amor, se nos invita a no
olvidar que en la familia es donde primero debemos recibir esa alegría, ese
cariño, esa ternura… que nos debería llevar a proclamar gozosos que el Dios
Niño vino para que todos pudiéramos ser felices. Esa es su voluntad, ese es su
sueño. (Aprovecho para hacer un paréntesis: tuve la gran suerte, en mayo
pasado, de conocer en Dandanda, Zimbabue, al catequista que aparece en el
cartel de la jornada de hoy, Beni Tshuma con toda su familia, sus chozas donde
vivían los distintos miembros, los vecinos y vecinas, la alegría que
derrochaban cuando nos regalaron su gallinita…)
Nos duele, de manera especial, la situación de las familias que
viven en muchos países cercanos a dónde nació y vivió Jesús: Siria, Iraq,
Turquía, la propia Palestina (nunca en paz). Nunca como ahora se ha hecho más
actual el relato de la muerte de los inocentes que nos dejó Mateo, tras la
retirada de los magos. No son decenas sino miles los niños cuya vida es segada
por los cuchillos, las balas, las bombas,… Miles y miles los que quedan
huérfanos, los que deben huir o vivir en campos de refugiados –en su país o en
los vecinos-, los que mueren en las aguas del mediterráneo o en otros lugares
en su largo y crudo peregrinaje… Miles y miles los que –sobreviviendo- quedarán
marcados de por vida y, probablemente, con un caparazón de odio y resentimiento
sin remedio…
Peor aún, en aquella ocasión se dice que fue Herodes el que
se sintió burlado por los magos y desató la persecución asesina. Hoy los
Herodes están mucho más camuflados y no siempre identificados, pues no son sólo
los que ejecutan los actos violentos que causan esos terribles sufrimientos,
sino: los que sacan provecho de las guerras acaparando el petróleo y otras
riquezas (los minerales en África, p.e.), los que negocian con las armas y las
municiones, vendiendo a unos y a otros para que se maten (no olvidemos que
España es uno de los principales exportadores de municiones), los que acumulan
poder e influencias entre gobiernos y gobernantes… Y también resultamos ser
“herodes” los que vemos impasibles y hasta indiferentes esa violencia por TV
desde nuestros sofás, con nuestra cerveza y nuestros frutos secos a la mano…
Sí, son muchísimos los inocentes condenados a muerte o a una
vida llena de privaciones, de odio y de rencor. Y somos muchos más los
responsables de que eso ocurra. Afortunadamente hay muchos gestos que nos
llenan de esperanza, comenzando por los que protagoniza cada día nuestro papa Francisco
–incansable peregrino de la paz-; pero también cristianos, judíos y musulmanes
en distintos países, mujeres de distintas culturas y religiones que cantan por
la paz en Palestina, jóvenes voluntarios en diversos lugares que entregan su
tiempo, su energía y sus capacidades…Sí, hay muchos reyes magos que después de descubrir la luz
de Belén han regresado por otro camino: cambiados, transformados, dispuestos a
gritar –con palabras y con gestos- que otro mundo es posible y que podemos
construirlo entre todos.
Hoy incluimos entre éstos, de manera especial, a todos los
catequistas nativos, animadores de las comunidades, delegados de la Palabra y a
sus familias, ya que el compromiso nunca es individual, implica y afecta a toda
la familia. Y también a los misioneros del Instituto Español de Misiones
Extranjeras –el IEME-. Unos y otros siguen comunicando al mundo que el sueño de
Dios está vigente y que podemos realizarlo entre todos.
¿Por qué no poner, manos a la obra? ¿Por qué no, además de
la oración y nuestro aporte económico –que son necesarios- pensar en algo más
eficaz y valioso? ¿Por qué no pensar en el mejor regalo que podemos hacer: el
testimonio de unas vidas entregadas, gastadas al servicio de los demás? Si así
lo hiciéramos, hoy continuaría aquella gozosa primera epifanía o Fiesta de
Reyes.
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