Por José María Rojo.
54 horas todo el mundo con los ojos puestos en Francia, 20 personas muertas (incluyendo, obviamente, los tres yihadistas) como saldo, resumen la conmoción a la que se ha visto sometida la sociedad francesa y toda Europa, particularmente.
No entramos al análisis de
lo que hay detrás y debajo de los atentados y la forma como ha concluido (¿?)
todo. Ríos de tinta seguirán corriendo y las autopistas virtuales colapsadas
por tiempo con lo que han significado y significarán esas 54 horas de extrema
tensión…
- Lo primero, la condena sin paliativos de los atentados que debemos hacer todos los que colocamos en el centro la vida humana. Nada justifica ninguna de las 20 muertes (pongamos todos los matices, pero el final ha de ser ese: no somos dueños de la vida de nadie). Baste citar las palabras del Papa Francisco, aún antes del desenlace final, con los últimos muertos: “El Santo Padre expresa su más firme condena por el horrible atentado que sacudió (…) París con un alto número de víctimas, sembrando muerte y arrojando en la consternación a la entera sociedad francesa, turbando profundamente a todas las personas amantes de la paz, más allá de las fronteras de Francia" (…) " nos hace pensar en la mucha crueldad humana, en tanto terrorismo, tanto el aislado, como el de Estado" (…) “la violencia homicida es abominable, nunca es justificable” (…) “la vida y la dignidad de todos deben ser garantizadas y tuteladas con decisión”.
- Unido, inseparablemente, la solidaridad con las víctimas, sus familiares, sus allegados. Solidaridad extensiva a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que nos oponemos a la barbarie y que, en este momento, estamos de luto. Algo, mucho, ha muerto dentro de nosotros.
- Estrechar filas todos los que apostamos por una sociedad libre y respetuosa de todos los derechos humanos –la dignidad de todas y cada una de las personas- por encima de razas, ideologías y credos. Como cristianos, sentimos que El Dios de la Vida y su Hijo Jesús (muerto violentamente y de la manera más injusta) nos exigen estar codo con codo con todos los que defiendan la vida y la dignidad de las personas.
- Marcar distancia con los que quieran aprovechar el momento y las circunstancias para “llevar el agua a su molino”. No podemos aceptar lo de “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Y ya han asomado las orejas y el rabo muchos oportunistas para sacar ventaja de la situación, supuestamente poniéndose radicalmente del lado de las víctimas inocentes. Nuevamente con el Papa Francisco tenemos que decir: “Cualquier instigación al odio debe ser rechazada, el respeto del otro debe ser cultivado" (…) " oponerse (...) a la difusión del odio y de cualquier forma de violencia física y moral, que destruya la vida humana, viole la dignidad de las personas, socave radicalmente el bien fundamental de la convivencia pacífica entre las personas y los pueblos, más allá de las diferencias de nacionalidad, religión y cultura".
- Una última apreciación como cristianos. El evangelio nos obliga a dos afirmaciones fundamentales en este momento. Una, el que nadie puede matar a un ser humano en nombre de ningún dios ni de ninguna religión (los pecados históricos pasados deben reconocerse con humildad pero no se puede apelar a ellos para justificar otros actuales ¡ningún Dios Verdadero puede autorizar la muerte de uno solo de sus hijos o hijas!). Y, segunda, no culpemos a Dios ni a la religión de lo que hacen los que malinterpretan textos para justificar la violencia y los crímenes.
Es probable que en estos
momentos se siga apelando a Alá o a la religión musulmana como culpables de los
sucesos. No podemos sumarnos a esos juicios ni menos a los que, basados en ello,
propugnan –descarada o sutilmente- la revancha contra pueblos y culturas que
merecen todo respeto. Ni desde la religión, ni desde la política, ni desde una
supuesta “cultura occidental” es legítimo hacerlo.
Y en ese sentido nos sumamos
no solo al Papa y otros líderes que firme y serenamente se han pronunciado,
sino a hombres y mujeres de prensa que rotundamente han dicho. “El islam no es
el culpable” (Alá menos, por supuesto).
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