Los medios informativos nos están sorprendiendo casi todos los días: entre otras cosas nos recuerdan el avance del Estado Islámico y las acciones terroristas de otros grupos musulmanes. Yo quiero dejar constancia que pese a las dificultades, hay lugares donde continúa siendo posible vivir y colaborar, incluso comprometerse en la vida y en el diálogo intereligioso. Nuestro interés es que estos lugares se mantengan e incluso que estas actitudes se extiendan.
Gbatanaag es una de las trece comunidades cristianas que
forman la parroquia de San Juan Bautista de Lotogou, diócesis de Dapaong, al
norte de Togo. Cuando llegué a esta comunidad desde la parroquia, tuve que
atravesar en moto un río que, a veces, impide la comunicación si las lluvias son
frecuentes. El camino no es bueno y no se puede acceder en coche si no se da
una gran vuelta que hace perder mucho tiempo. Muy cerca del la iglesia hay una escuela, con
solo dos clases edificadas "en orden", dos apatanes en paja y un
antiguo almacén sin ventanas (ni luz ni ventilación) reconducido en "clase
provisional" ya en su cuarto año de provisionalidad.
La capilla, situada en el entorno de un antiguo centro
diocesano, era la más pequeña y antigua de todas las de la parroquia, mientras
que la comunidad había crecido mucho en número de bautizados y estaba creciendo
en el de catecúmenos. Casi desde el principio vi que era necesario el plantearse
hacer una nueva iglesia. Esperé, no obstante, para ver cómo evolucionaba la
situación. Todos los días y para todas las celebraciones el espacio era
limitado y era necesario que la gente se quedara en la calle para seguir la
celebración. Poco a poco, con el trato en las reuniones, la
idea que iba surgiendo tímidamente, se perfilaba hacia la "necesidad de construir
una nueva iglesia". Mi inquietud era que el lugar donde estaba construida la antigua iglesia no era posesión "nuestra", sino de los antiguos
propietarios del terreno, que afirmaban no querer problemas con el terreno y
que podíamos construir la nueva sin problemas. Pero ellos no nos daban el
terreno. No firmarían los papeles. Con estos presupuestos yo me pronuncio en
decir que hay que buscar un nuevo terreno que sea nuestro, con papeles
oficiales para poder comenzar las gestiones de la construcción de una iglesia.
Con esta información, las lluvias cesan. Me hago más
frecuente en la comunidad, pues el camino lo permite ahora sin problemas. Un día
me dicen que ya han encontrado el terreno. Yo no parece que estoy muy animado a
buscar dinero para hacer una iglesia, pues no se tan siquiera ni por dónde voy
a comenzar. Doy largas. Otro día me dicen que hay que ir a ver el terreno. Yo
acepto por no desanimarles. Me conducen a un descampado y comienzan a mostrarme
las referencias visuales de "aquél árbol", "aquella mata",
"la piedra" y "el sendero donde estamos nosotros". Veo que es grande y
pregunto por la superficie. Alguien me contesta: -"pasa de las tres
hectáreas". Mi curiosidad me empuja más allá y pregunto quién es el
donante -"el jefe, que es musulmán", me responden. Mi reacción inmediata fue la de guardar silencio. Pensé para mí que no habrían informado bien al
propietario sobre lo que pretendíamos con el terreno y dije que "íbamos a
reflexionar", frase con la que concluyen gran parte de las conversaciones en
Togo.
Durante un tiempo no volví a hablar del terreno en cuestión.
A la cuestión de buscar dinero para construir se me había añadido lo del origen
incierto de la propiedad del terreno. Yo tenía miedo a un conflicto con los
musulmanes. Pero una vez más el responsable cristiano me aborda para
preguntarme por la evolución de la situación. El propietario le ha preguntado
que cuándo vamos a firmar los papeles. Mi corazón "sursaute" ante esta
posibilidad y reúno a los responsables y al catequista para hablar seriamente
de esta cuestión. Ellos me aseguran que no hay ningún problema y que el
propietario está bien informado y sabe que es para construir una iglesia. Yo
les doy cita para diez días después. Ellos harán de emisarios para ir hasta donde
se encuentra él y comunicárselo.
La fecha llega, Yo, acompañado de mi coadjutor, sacerdote
nativo, voy a la comunidad y junto con los responsables y el catequista nos
dirigimos a la casa de Yendupaag (así lo vamos a llamar aquí). Cuando llegamos
descubrimos a su puerta un gran número de personas, de varios grupos
diferentes. Pienso que es por ser jefe del pueblo y que son diferentes
gestiones que deben hacer. No en vano es una autoridad civil local bien
reconocida. Durante nuestra espera nos han alojado en lo más confortable que
hay para sentarse, no sin antes desalojar a otros. En esta espera me entero que
es curandero y que conoce mucho sobre plantas medicinales y tratamientos
tradicionales. La población lo sabe y viene a hacerse tratar. Yo voy más lejos
en mis cuestiones y me entero que no hace sacrificios ni nada ligado con el
orden sobrenatural, sino que se limita a sus conocimientos naturales. Observo
acianos aquejados de diversas dolencias, personas con dificultades para
desplazarse, portadores de heridas de origen incierto cubiertas con paños o
gasas, gentes de todas las edades y diferentes dolencias...
Tras esperar un tiempo -en África no se dice cuánto y tampoco si ha sido largo o corto-, informado de nuestra presencia, detiene su consulta y hace instalar unas sillas de plástico, como las de las terrazas de los bares para los principales de mi expedición. Los otros se sentarán en un banco, o en el suelo los más jóvenes. El se coloca en el puesto principal y me pide colocarme a su lado. Cuando comienza a hablar no me mira a la cara, mira de frente. Comienza con toda una serie de saludos rituales y bienvenidas que hacen que yo me sienta realmente a gusto. El conoce el francés, pero se dirige a mí en "moba" su lengua local, haciendo que otro sirva de traductor. No puedo exponer todo el discurso, pero sí el contenido: " Dios nos ha reunido hoy. El también es el imán de su mezquita. Los dos somos líderes religiosos y nos preocupamos por la fe del pueblo. El ha oído que los cristianos buscamos un lugar para construir nuestra iglesia, él lo tiene. Ha recibido muchas bendiciones de Dios en tierras y bienes. No puede cultivarlo todo, ha hablado con sus hijos y han decidido que pueden darnos una parte para que también nosotros podamos adorar a nuestro Dios. Dios es el mismo para todos, aunque lo comprendamos de maneras diferentes". Para que veamos que sus hijos están informados y de acuerdo les ha hecho llamar pues viven en la ciudad, y les da la palabra. Cuando ellos hablan, la delicadeza espiritual y el acuerdo con el padre es manifiesto. En su intervención, todo es gracias a Dios por todas las bendiciones que les ha dado y pedir que la paz continúe para la buena colaboración. Una cosa que añaden y que admito que me emocionó fue cuando dijeron que ellos buscan el bien de su pueblo y que han visto que donde llega la iglesia ha llegado la escuela, el centro de salud, el desarrollo del mundo rural... que ellos reconocen trabajo de los cristianos.
Tras esperar un tiempo -en África no se dice cuánto y tampoco si ha sido largo o corto-, informado de nuestra presencia, detiene su consulta y hace instalar unas sillas de plástico, como las de las terrazas de los bares para los principales de mi expedición. Los otros se sentarán en un banco, o en el suelo los más jóvenes. El se coloca en el puesto principal y me pide colocarme a su lado. Cuando comienza a hablar no me mira a la cara, mira de frente. Comienza con toda una serie de saludos rituales y bienvenidas que hacen que yo me sienta realmente a gusto. El conoce el francés, pero se dirige a mí en "moba" su lengua local, haciendo que otro sirva de traductor. No puedo exponer todo el discurso, pero sí el contenido: " Dios nos ha reunido hoy. El también es el imán de su mezquita. Los dos somos líderes religiosos y nos preocupamos por la fe del pueblo. El ha oído que los cristianos buscamos un lugar para construir nuestra iglesia, él lo tiene. Ha recibido muchas bendiciones de Dios en tierras y bienes. No puede cultivarlo todo, ha hablado con sus hijos y han decidido que pueden darnos una parte para que también nosotros podamos adorar a nuestro Dios. Dios es el mismo para todos, aunque lo comprendamos de maneras diferentes". Para que veamos que sus hijos están informados y de acuerdo les ha hecho llamar pues viven en la ciudad, y les da la palabra. Cuando ellos hablan, la delicadeza espiritual y el acuerdo con el padre es manifiesto. En su intervención, todo es gracias a Dios por todas las bendiciones que les ha dado y pedir que la paz continúe para la buena colaboración. Una cosa que añaden y que admito que me emocionó fue cuando dijeron que ellos buscan el bien de su pueblo y que han visto que donde llega la iglesia ha llegado la escuela, el centro de salud, el desarrollo del mundo rural... que ellos reconocen trabajo de los cristianos.
Aquí se nos paró el reloj a todos. Me daban ganas de "hacer tres chozas", que este momento no acabara, pero el momento llegó y nos despedimos hasta una próxima vez. En el camino de vuelta mi interés acerca de su persona se había acentuado y no paré de hacer preguntas. Aprendí que muchas veces no cobra por las consultas a los que no pueden pagar, que ha ayudado a muchas personas aun sin ser musulmanas, que cuando hay juicios escucha a todos y no se deja sobornar... ¡Y eso un musulmán! les dije yo a mis responsables de comunidad.
Pasaron algunos días y nos dimos cita para firmar los
papeles con el geómetra y el notario, los testigos... Quedamos con la comunidad
para comenzar a cotizar, transportar la arena y la grava, fabricar los
bloques... Y en esas estábamos cuando se presentó la ocasión de que nos pagaban
una gran parte de la iglesia. El resto entre cotizaciones de la comunidad y
aportaciones lo conseguimos pero muy justo. Aunque la contrata se da a una
empresa, hay muchas cosas que hay que hacer: relleno del suelo, transporte de
arena y grava, agua, dar de comer a los obreros, ayudar en mano de obra, ya que
todo se hace en obra. Este buen hombre viene casi todos los días desde su casa,
a dos kilómetros, y anima y da algo de dinero a los obreros para que compren
bebida. Hubo que rellenar el suelo, unos 80 m3 de tierra. Fue una
proeza, porque se hizo en un solo día con el solo medio mecánico de un dumper al
que hubo que cargar 75 veces. Yo me pregunté de dónde salía tanta gente, pues
en todo el día había siempre un gran grupo, con muchas mujeres que no se paró.
Comimos a las seis de la tarde, después de acabar. Cuando me respondieron de
dónde había salido tanta gente me dijeron que el imán había enviado a su gente
para ayudarnos, que también los musulmanes habían trabajado. Yo inundado de
nuevo por mis temores les pregunto si han dicho a los musulmanes que va a ser
una iglesia católica. Ellos ríen y dicen que sí, que "también cuando ellos
construyeron la mezquita, nosotros fuimos a ayudarles".
Días más tarde, cuando los muros comenzaron por subir y
había que hacer el encofrado para las ventanas, Yendupaag nos observó y muy discretamente,
como hace todo se acerca a mí y me pregunta si tenemos puntales. Yo dije que
no, pero que ya íbamos a buscar. El nos indicó una plantación de eucaliptus
(3.000) y nos autorizó a cortar los que necesitáramos. Así lo hicimos. Al final
de la obra llevamos la leña para su cocina. El se la dio a una viuda anciana
"para calentar el agua"- dijo.
Hubo sucesivas anécdotas de este talante, forjando nuestra amistad y colaboración. Cuando la iglesia estuvo acabada invité al obispo para verla e ir a saludar a este hombre generoso. Lo hicimos y le invitamos a la inauguración con toda la comunidad musulmana. La fiesta es fiesta y ahí todo marchó bien: celebración, fiesta, comida, agradecimientos... La presencia de musulmanes fue multitudinaria.
Meses después, en la nueva iglesia, celebrábamos la boda de una muchacha cristiana con un joven musulmán.
Ramón Delgado
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