Son vísperas de Fiestas Patrias y todo respira aires de fiesta: las banderas bicolores lo delatan por doquier. Incluso en las misas de domingo ya hemos cantado al final el “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz…”.
Que me perdonen los seguidores peruanos
pero debo explicar a los españoles y de otros lugares que la papa seca se la
debemos, en primer lugar, a la sabiduría de los incas que lograron deshidratar
la papa (patata) a base de exponerla varios días sucesivamente a la helada de
la noche y al sol del día hasta quedar prácticamente como madera (estamos
hablando de alturas por encima de los 3,500 m.s.n.m. -contra más alto la papa
más rica y sabrosa-). Así se podía almacenar por tiempo indefinido para épocas
de hambre o de escasez y se podía trasladar a lugares lejanos para el trueque
comercial… No se necesita nada más que remojarla de nuevo ya que no ha perdido
ninguna de sus propiedades alimenticias.
Y ¡qué curiosidad! es en la costa centro-sur,
donde se concentran los afro-peruanos, donde inventan la “carapulcra” y la
“papa seca” expertas manos morenas. Por supuesto que no es solo la papa sino la
carne de chancho (cerdo) y los condimentos los que le dan ese sabor único e
irresistible.
Esperaremos al 28 para brindar con el
“pisco sour” por la independencia pero vaya por delante ese reconocimiento al
encuentro de dos razas y dos continentes aunque fuera tan forzado y violento:
los incas andinos y los africanos traídos como esclavos acá, a la costa, por
los europeos… El plato chinchano de doña Rosa es fiel testigo de la riqueza del
cruce.
José
M. Rojo G.
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