miércoles, 26 de octubre de 2016

Sal de tu tierra por Leo Ramos

Me llamo Leo y soy misionero del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras). Hace un año largo que llegué a Zimbabue. Estoy viviendo en una población de unos 3.000-4.000 habitantes llamada Binga, junto al lago Kariba, a lo largo del cual se encuentran los tongas, pueblo bantú que también vive en el sur de Zambia y, en menor medida, en Mozambique. 

Acabo de ser nombrado vicario parroquial de All Souls Mission, de Binga, en la diócesis de Hwange. Y, aunque aún estoy aprendiendo la lengua y conociendo la cultura tonga, estoy empezando a visitar las comunidades de la misión.


Amigos tonga

Como es de suponer, el hecho de ser misionero hace que resuene en mí de modo especial la palabra DOMUND, es decir el domingo mundial de las misiones. El lema de este año es SAL DE TU TIERRA. Es curioso cómo las palabras cambiar de significado según las circunstancias de las personas. Antes de venir a Zimbabue, el SAL DE TU TIERRA, resonaba muy bíblico y me imaginaba a mí mismo como a Abrahán, dejándolo todo y partiendo hacia un lugar más o menos desconocido. Me imaginaba la misión como una “gran aventura”, casi épica, que no puede esperar, llena de ilusión y esperanza. Me atrevería a decir que era una visión un tanto “romántica” de la misión. Algo así como cuando una persona se enamora y se siente fascinada por todo lo que va a vivir en el futuro con la persona de su vida.

Con compañeros IEME

Cuando llegué aquí, y después de los primeros meses de asombro y romanticismo, me di cuenta de lo que supone el salir de mi tierra y dejar familia, amigos, país, diócesis, lengua, cultura… y tener que empezar de cero en todos los niveles. Es nacer de nuevo, literalmente; como un bebé. Y depender de todos los demás para crecer otra vez.

Con familia amiga en Zimbabue

Entonces vienen a tu vida palabras que antes las conocía sobre todo más a un nivel teórico. ¡Qué bonito suenan los términos “encarnación”, “nacer de nuevo”… en los retiros y las homilías! Pero qué duro es vivirlos en un país de misión, al menos cuando estás recién llegado. Duro pero apasionante a la vez, es verdad. Entonces ves cómo la ilusión y la esperanza del principio, aunque siguen ahí, se han transformado: son más reales y, por eso, merecen la pena ser vividas con mayor intensidad si cabe.

SAL DE TU TIERRA. Me gustaría que estas palabras fueran una invitación para tod@s aquéll@s que tienen un corazón inquieto. En alguna ocasión oí unas palabras similares a éstas: “cambiar los sueños por dinero”. Vienen a cuento, creo yo, porque si en algo se tienen que reconocer los jóvenes que son cristianos -y los cristianos en general, aunque no sean tan jóvenes- es en el hecho de soñar, de querer comerse el mundo para cambiarlo… En definitiva, es creer en la utopía. No una utopía vana y ciega, que no te ayude a avanzar o te lleve a ninguna parte, sino un utopía enraizada en nuestro horizonte, el Señor.

En la perigrinación diocesana de HwangeAsí, el SAL DE TU TIERRA, es la excusa perfecta para dejarlo todo, quemar las naves y conocer otros sitios, gentes y culturas con quienes compartir lo mejor que tenemos, al Señor. Y desde aquí, hacer posible un mundo mejor, deseo que está siempre en lo más profundo del corazón humano.

Luego, ya se verán los sitios, los medios, los modos, si un estilo más explícito de misión o más de trabajar a pie de calle con la gente… Eso ya depende de cada una de las personas y de Dios, el cual siempre prepara viajes diferentes según las personas a las que elige. ¿Quieres iniciar el viaje que Dios tiene preparado para ti? Pues SAL DE TU TIERRA.

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