Pocas
veces un lema del DOMUND habrá sido tan lacónico, escueto, directo,
desconcertante… Y podríamos seguir colocando calificativos. No cabe duda que se
presta a muchas lecturas, aunque –está clara- la intención
de las OMP es que cojamos al toro por los cuernos: no hay justificación
alguna para taponarnos los oídos ante esas cuatro palabras saliendo de la boca
de Dios. Es decir, como iglesia, no podemos buscar ninguna excusa para cerrar
la puerta y quedarnos al calorcito de casa (en invierno) o suavemente
acariciados por el aire acondicionado (en verano). Se nos exige salir a la
intemperie.
Pongámonos
en contexto (Gn 12,1): es Dios el que va al encuentro de Abraham (primer
personaje histórico, real, de la Biblia), le habla y le dice ese mensaje
taxativo que marca un cambio radical en la historia de las religiones. Hasta
ese momento los hombres “fabrican” sus dioses (incluso físicamente: hacen
imágenes de madera, yeso, metal…) los llevan a la espalda o en brazos, les
hacen un altar donde creen conveniente y le rinden el culto que creen agradará
a “su” dios o le piden lo que necesitan y creen él podrá concederles. Los
hombres toman la iniciativa y marcan todos los pasos hasta el final, manejan a
sus dioses a voluntad.
Con
la historia de Abraham cambia todo radicalmente: es Dios el que se dirige a él,
le manda SALIR de su tierra, dejar a los suyos e ir a dónde Él ha decidido.
Dios toma la iniciativa y lleva la voz cantante en todo ¡cambió la historia!
Desde el principio hasta el final el Dios de la Historia, se revela en ella y
teje sus hilos a su manera.
La historia de Abrahan dará a entender, desde el inicio, el lema del Domund
2016: no se trata de lo que la iglesia piense, planifique y decida, NO. Se
trata de que Dios ha dicho a la Iglesia –laicos, sacerdotes, religiosos- “¡sal!” Y se lo ha dicho a la Iglesia
universal y a cada una de las iglesias particulares –cada diócesis- “¡salgan!”. No cabe el contar el número
de seminaristas o sacerdotes que tenemos, compararlo con las parroquias creadas
o que pensábamos crear este año y luego decidir…NO. No somos nosotros los que
llevamos la iniciativa…
Jesucristo
lo tenía muy claro cuando antes de la ascensión dijo aquello de: “Id por todo el mundo y anunciar la Buena
Noticia…” (Mt. 29,19) ¿Quién? ¿Quiénes? Quienes se digan ser la Iglesia de
Jesucristo, la única verdadera (la “iglesia estufa” o la “iglesia aire
acondicionado” NO, las iglesias encerradas no son la de Jesucristo). El mismo
había experimentado que el Padre marcaba el camino a aceptar: “Si es posible…mas no se haga mi voluntad, si
no la tuya” (Mc 14,36).
Eso
es lo primero y más radical que nos dice el Domund: Somos Iglesia en salida y
no puede ser de otra manera. Por supuesto, nos dice más: si salimos de nuestra
tierra, de nuestra parentela para ir a la que El nos envíe tendremos que
“quitarnos las sandalias” como Moisés (Ex 3,5). Los pueblos, las culturas y las
iglesias a las que nos lleve el Señor son siempre sagrados, merecen todo
nuestro respeto. Y esto también es muy serio, los misioneros sabemos que eso
significa muchas cosas:
1) Prepararnos
bien en todos los sentidos: no basta ni con buena voluntad ni con “emotividad y
pasión misioneras”. Es irresponsabilidad grave ir a otra tierra –que es siempre
sagrada- sin descalzarnos antes, comenzando por dejar todo lo que tenemos que
dejar.
2) Descalzarse
significa también no llevar “maletas” o llevarlas casi vacías: el Señor y las
personas de esos lugares poco a poco nos las irán llenando (no siempre como o
con lo que nosotros queramos). Aprender a desprendernos no sólo de nuestras
formas culturales, costumbres y demás, sino también de muchos de nuestros
saberes, de nuestras teologías y hasta de nuestros conceptos morales…
3) Y
aceptar que siempre el Señor nos conduce a “tierras sagradas”, pero especialmente
con una clara opción por los pobres (parte integral de la fe cristológica:
Benedicto XVI en Aparecida). Y ser muy conscientes de que “es necesario que
todos nos dejemos evangelizar por ellos (los pobres)” (E.G. 198). Si algo
sentimos fuerte los misioneros es que los pobres nos han evangelizado, nos han
ido ayudando a descubrir el verdadero rostro de Dios, el Dios misericordioso.
Si nuestra española, si todos nosotros los bautizados asumimos esto, sentiremos la
gran “alegría de evangelizar”, como proclama el papa Francisco y, de rebote,
enriqueceremos y fecundizaremos nuestras comunidades de origen, nuestras
“viejas iglesias” reverdecerán con el tronco de Jesé (Is 11,1).
José Mª
Rojo G.
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