viernes, 29 de mayo de 2020





“Guatemala en el corazón”
Acaba  de cumplir cincuenta años como misionero en Guatemala (1970-2020), y nos habla de su rica experiencia en este país centroamericano.
Preséntate.
Mi nombre es Jesús Rodríguez Álvarez, nací en diciembre de 1943 en un pueblo de León, llamado Gordaliza del Pino en 1943. Hice estudios de  Humanidades y Filosofía en el seminario de León, y  los cinco años de Teología  en el Seminario  del IEME, que existía en Burgos por aquellos años.
¿Por qué a  Guatemala?
 Por  Burgos, pasaban misioneros que habían estado en países de Asia, África y América Latina. Al encontrarme con compañeros que venían de Guatemala, hubo algunos aspectos que me llamaron la atención y poco a poco fue creciendo mi interés por irme a vivir allá y a sumarme a la actividad pastoral de los misioneros que yo había conocido en Burgos.
¿Qué llevabas en el corazón a tu llegada?
Ya entonces pesaban en mí los deseos de servir, de compartir sueños, de conocer otras culturas y de vivir experiencias diferentes. Era algo así como embarcarme en una nueva aventura.
¿Qué es lo que más te impactó  de esa  realidad cuando aterrizaste allá?

Me llamo poderosamente la atención la cohesión y la unidad del Grupo formado por sacerdotes forjados por una larga, poderosa y generosa entrega al servicio del reino de Dios.
La Historia de Guatemala durante el siglo pasado incluía gobiernos militares, con prácticas feudales y verdadero abandono de amplios sectores de la población.
Día a día al visitar las comunidades rurales, constataba la sabiduría y el coraje de sus animadores, hablo de los catequistas, analfabetos algunos de ellos, pero sabedores de “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. Fueron ellos y ellas quienes me evangelizaron y me enseñaron a ser lo que soy.
Fue en el legendario Petén, cuna de la civilización maya, donde di mis primeros pasos en esta iniciativa que dio sentido a mi vida. Fue ahí donde se fue fraguando mi personalidad, entre migrantes llegados de otros departamentos del país en búsqueda de la nueva tierra de promisión.
Posteriormente el Petén vio llegar grupos humanos con otro tipo de intereses, que a su vez, ha provocado una  autentica desertización del pulmón de América Central






¿Qué supuso  la guerra civil de 1960 a 1996, y como te  situaste?

Hablar del conflicto armado interno nos lleva a recordar una situación generalizada de verdadera esclavitud y de negación de los derechos de las mayorías, como consecuencia del mantenimiento de los privilegios  de unos pocos.
Fue así como un pequeño grupo de personas jóvenes, de diversos sectores, indignados, se alzaron en armas contra el poder establecido y lucharon a brazo partido durante 36 años.
A lo largo de esa noche oscura, se escribieron escenas de terror que llevaron consigo lágrimas, pánico, y destrucción de la vida que aún perdura.
Durante ese tiempo hubo tres palabras que lamentablemente adquirieron carta de ciudadanía. Entierro, destierro y encierro.
La Iglesia escribió, a su vez, páginas hermosas de denuncia y anuncio en defensa de la vida. Páginas que al día de hoy, son el mejor exponente del reconocimiento eclesial, al contar ya con cinco sacerdotes, un hermano de la Salle, y ocho campesinos de diversas comunidades rurales (entre ellos un niño de doce años) mártires o testigos de la fe.

¿Qué actitud valoras más en un misionero? ¿Y la que menos?

El misionero debe tener muy claro, que al estilo de Jesús, debe despojarse, insertarse y encarnarse allá donde ha sido enviado, “haciéndose uno de tantos”, en actitud de respeto, y listo para escuchar en todo momento, marcado por  la cultura del encuentro, como dice el papa Francisco. Es tanto como dejarse moldear en un aprendizaje que no termina nunca, optando por los últimos. Lo peor que le puede ocurrir al misionero es sentirse más, creerse el controlador  o presumir de lo que él piensa o puede, contradiciendo los saberes del pueblo y olvidándose de los preferidos del Maestro

¿Cuál es tu vida parroquial hoy?
Para mí la parroquia es la casa abierta, el espacio donde confluyen iniciativas y luces del espíritu que sopla donde quiere. Es la plataforma llamada a ser cauce de energía y a expandir vitalidad, dinamismo y aliento a la Comunidad Mayor desde un mismo pensar y un mismo sentir y haciendo del servicio el eje que lo atraviesa todo.
Creo en una Iglesia fiel al Evangelio de Jesús, caracterizada por la defensa de los Derechos Humanos a través de un claro compromiso a favor de la justicia, posible únicamente con una adecuada formación en la Doctrina Social de la Iglesia. El Papa Francisco habla de la “exigencia” de una cultura eclesial, marcadamente laical, con un contundente protagonismo de los laicos.
En un país en que la mujer es considerada en la mayoría de los casos alguien de segunda categoría, relegada al hogar, invisibilizada, nada tiene que extrañar que la parroquia haya optado por la dignificación de la mujer, en asentamientos urbanos de las periferias de la ciudad.
A través de una serie de esfuerzos multidisciplinarios, impulsamos la formación y la capacitación en áreas que les son propias y que llevan a la sensibilización, la concienciación y la organización que les ayude a sentirse protagonistas de su propio desarrollo integral, caminando con la gente en condiciones de igualdad e inserción social como hijas de Dios.
¿Cómo ves el horizonte de tu sacerdocio a tus 76 años?

Al finalizar el conflicto armado interno y firmar los acuerdos de paz en diciembre de 1996, me sentía, cansado, agotado y sin fuerzas.
Después de todo un proceso de discernimiento que me llevó tiempo, opté por seguir en el país, con la única decisión de trasladarme a la capital del estado. Era,  pensé en aquel momento, lo mejor que podía hacer. Me seguía sintiendo útil, y aún tenía mucho que aprender. A estas alturas de mi vida aquel paso tiene plena vigencia, Dios y su Pueblo Santo me irán diciendo como seguir.

¿Qué es el IEME en tu vida?
Aquel mes de septiembre de 1963 en que llegué a Burgos, y que respondió a una corazonada, como diría san Juan XXIII, al explicar el porqué de la convocatoria del Concilio Vaticano II, marcó un antes y un después en mi vida. El IEME, como dijo alguien en una ocasión “imprime carácter”, tanto en el orden del pensamiento, como en las vivencias. Dios ha estado conmigo, aunque usando palabras de papa Francisco en Panamá, a los sacerdotes nos haya tocado estar en la línea de fuego.

¿Te dejas algo en el tintero?
 El papa Francisco pidió hace unos meses a los nuncios a lo largo y ancho del mundo que  pasaran al menos un año en algún país de misión. Este deseo papal, me gustaría hacerlo extensivo a los sacerdotes de las diversas diócesis de España, no para que vayan a ayudar sino para que acojan, escuchen, y acompañen. Este pueblo, estas comunidades, la historia toda de Guatemala y su gente me han permitido caminar a su lado y ser contagiado por su “mejores virus”. Muchas gracias por tu testimonio.
Carmelo

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