Funeral por Manuel García Viejo
Eran las diez de la mañana del último sábado de septiembre, en Madrid. En la Capilla del Hospital San Rafael, cerca del altar, había un jarrón colocado en el centro del pasillo. A ambos lados, varios arreglos florales, preparados con buen gusto
Junto al jarrón que contenía las cenizas de Manuel García Viejo, el médico y hermano de San Juan de Dios que, como el pelícano dio su vida en Sierra Leona, para que otras y otros tuvieran vida, un cirio pascual, una bata blanca y un fonendoscopio.
Manuel, el leonés fallecido recientemente en Madrid a consecuencia del temido ébola, que tantas vidas ha arrancado de cuajo, es un testimonio vivo, que habla por sí solo, sin necesidad de palabras.
Una vez más, amplios sectores de población se dieron cita para participar en una Eucaristía y celebrar la vida, reconociendo la labor abnegada y heroica de un hombre de pueblo, creyente, empeñado en demostrar al mundo que todo ser humano tiene la misma dignidad, sin distinción de raza, color de la piel, posición social, ideología o credo religioso.
La vida toda de Manuel fue, al estilo de la del samaritano que cargó sobre sus hombros al apaleado que bajaba de Jerusalén a Jericó, un tender los brazos a los que la sociedad excluye y deja en la cuneta de la historia, una donación a fondo perdido, sin buscar recompensa alguna a cambio.
Las cenizas del jarrón eran la mejor denuncia profética a los intereses mercantilistas, que privan en la sociedad. Aquel jarrón era una protesta y un grito de indignación y reclamo ante tanta palabrería y tánta actitud apañada como vemos a toda hora.
En medio del silencio que decía más que mil palabras, resultaba evidente que estábamos entonando un canto a la vida de los pequeños, de los que no cuentan. Monrovia, Liberia y Sierra Leona y otros muchos países, hoy no significan mucho
La vida de Manuel y las miles de vidas eliminadas por el ébola, constituyen una bofetada en la cara del poder económico establecido, insensible al dolor de los débiles, de los desechables, de los “condenados de la tierra”, en palabras de Frank Fanon.
Además de la cálida, sentida y pertinente reflexión del Superior General de los Hermanos de San Juan de Dios en la Homilía, los participantes en la Misa aplaudimos a una mujer de Sierra Leona, que públicamente dio gracias por la vida de Manuel. Esta joven mujer, con la voz entrecortada, puso las cosas en su sitio y proclamó que Dios escucha el clamor de los pobres y abandonados, convencida de que con el concurso de todas y de todos, otro mundo es posible. Definitivamente la vida de Manuel, que como Jesús, pasó por el mundo haciendo el bien, fue un don para la humanidad y a través de él, Dios pasó por Sierra Leona.
Con el Papa Francisco, repetimos: “no a una economía de la exclusión y la inequidad. Esa economía mata” (Evangelio de la Alegría, 53)
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