Espiritualidad y dimensión de vida

La espiritualidad -el vivir todas las dimensiones de la vida según el Espíritu- es para nosotros elemento de identidad, sostén de nuestras relación como discípulos del Señor Jesús y motor para la acción apostólica.

Nuestro estilo de vida viene marcado por tres notas esenciales sacerdotes diocesanos, asociados y misioneros. De estas tres, la misión es la que nos define fundamentalmente.
Señalamos algunos de los pilares que sustentan y configuran nuestro estilo de vida.

1. Opción por los pobres

Al igual que Jesús, los misioneros del IEME somos enviados a llevar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar un Reino de paz, de justicia y de fraternidad. Por nuestros actos, palabras y estilo de vida queremos ser un testimonio del amor preferencial del Padre para los pequeños y los pobres. (Cf. Lc. 4,18; Mt.11, 25; L.G. n° 8). Queremos estar presentes en aquellas situaciones donde sus vidas están en juego.

Esta opción orienta y determina nuestras prioridades:
  • respecto a los lugares (zonas marginadas y abandonadas del ámbito rural
    y suburbios de las grandes ciudades...)
  • respecto a los sectores sociales (pobres y oprimidos en busca de liberación...)
  • respecto a nuestra manera de vivir y trabajar con ellos (a su nivel y a su
    servicio ...)

2. Inserción en otros pueblos y culturas


Al igual que Pablo, tratamos de hacernos romanos con los romanos y griegos con los griegos, queremos identificarnos lo más posible con los grupos humanos con los que vivimos: pueblos, razas, culturas...
Queremos correr su suerte y asumir sus causas y, para ello, renunciar, en lo posible, a nuestro etnocentrismo y asumir su estilo de vida, lenguas, costumbres y valores..., conociendo nuestras posibilidades y limitaciones, aceptando nuestras raíces y siendo conscientes de que nunca seremos del todo como ellos.
Vivimos esa tensión entre el deseo y la realización con esfuerzo gozoso, sabiendo que, en definitiva, aún siendo subsidiarios y transitorios, formamos parte de esos pueblos y sus procesos, recibiendo y aportando.

3. Fraternidad apostólica


Nos unimos para ayudarnos mutuamente a realizar nuestra común vocación misionera. Realizamos nuestro ministerio unidos fraternalmente mediante lazos de caridad, de oración, de revisión y de cooperación fraterna.
Integrados en un Equipo, y desde él en un Grupo, entendemos y vivimos la fraternidad apostólica como ayuda mutua en las necesidades personales y en la tarea evangelizadora.
La revisión de vida juega un papel importante en nuestra espiritualidad, de cara a crecer personal y comunitariamente, potenciando actitudes y compromisos evangélicos.

4. Contemplación y compromiso


Destacamos cuatro actitudes básicas en la vivencia de nuestro espíritu misionero:
  • Contemplación, que nos lleva a valorar y gustar lo que vemos y hacemos desde el plan de Dios, dejándonos interpelar por la persona de Jesús y las voces de su Espíritu para una conversión permanente, dejándonos enriquecer y evangelizar por los más pobres y sencillos.
  • Disponibilidad y entrega totales, compartiendo lo más posible la vida del pueblo pobre, viviendo la pobreza y el celibato al servicio del Reino. Acompañando al pueblo y a la comunidad en todo lo que humaniza y libera, contagiando alegría y esperanza, a la vez que cumplimos nuestra misión de profetas con libertad y audacia en el anuncio de Jesucristo Resucitado, el Libertador de toda esclavitud.
  • Humildad que brota de ser conscientes de nuestra debilidad y de que la misión no es nuestra y transciende nuestras fuerzas. Tratamos de realizar la misión desde una postura de servicio, teniendo en cuenta, nuestra transitoriedad y dando paso al arraigo de la Iglesia local.
  • Espíritu ecuménico y de diálogo, abiertos al Espíritu que sopla donde quiere y como quiere.

5. Formación permanente


La formación permanente resulta imprescindible para los que trabajamos en realidades tan distintas y tan cambiantes. No es suficiente la formación inicial y preparación en España, ni siquiera la etapa de conocimiento y adaptación en el país de destino. La actualización tiene que ser constante.

La formación permanente conlleva una actitud crítica que ayude a articular fe -vida, teoría- praxis, sin dicotomías. Y ello, no sólo como un proceso de interiorización personal, sino desde la inserción en la realidad de los procesos históricos de los pueblos e Iglesias en que trabajamos.

En la formación basamos, en buena parte, tanto la eficacia evangelizadora, como el adecuado desarrollo personal, evitando de esta manera el estancarnos y empobrecernos.
La formación permanente incluye:
  • la lectura y reflexión personal, en equipo y en grupo,
  • cursillos y reuniones de reflexión y revisión del arciprestazgo y de la diócesis.
  • cursos más extensos de actualización, cada cierto tiempo, y estudios especializados, etc.